Memorias de un cautivo noruego, aviadores borrachos, arte digital y La Gran Belleza
Carta excéntrica #2
Memorias improbables de un cautivo noruego
La oscuridad digital es el término con el que un pionero de internet, Vinton Cerf, definió el peligro de que todo lo que ahora almacenamos en formato digital pueda desaparecer en el futuro.
Por un desastre natural, porque los humanos somos un desastre, por deterioro o, simplemente, porque dejemos de tener herramientas capaces de leer los formatos y archivos que ahora utilizamos. Ya contamos algo de todo eso en un episodio de Memoria Sonora.
La cinta magnética, el vinilo, el cedé y hasta los discos duros son menos duraderos de lo que creíamos. Sorprendentemente, su vida útil es más breve que la de muchos pergaminos, vitelas o papeles que siguen siendo legibles a pesar de haber navegado entre siglos.
Y aquí va un ejemplo de la resiliencia del papel frente a un millón de probabilidades en su contra:
Peter Moen fue uno de los editores de London-Nytt, un periódico de la resistencia en Noruega durante la ocupación nazi. Hojas mecanografiadas que se multiplicaban en imprentas clandestinas con tiradas de entre 1.000 y 4.000 ejemplares.
Se calcula que en el transcurso de la guerra llegaron a imprimirse cerca de millón y medio de estos periódicos, 540 números confeccionados a base de las informaciones que transmitía el servicio de noticias en noruego de la BBC.
Dar caza a los responsables era una idea obsesiva para las fuerzas de ocupación, que llegaron a establecer tipos delictivos y penas específicas para quienes difundieran propaganda anti nazi.
Hubo varias redadas en las imprentas, a pesar de que se trasladaban de ubicación con cierta frecuencia.
En una de ellas, en febrero de 1944, Moen fue arrestado y enviado a prisión, primero en régimen de aislamiento y después compartiendo celda con otros compañeros de la resistencia.
Pero la reclusión no impidió que siguiera escribiendo prácticamente a diario.
Nada más llegar, hizo acopio del papel higiénico que se repartía, áspero, grueso, de color marrón y cortado en pliegos de 16,5 x 19,5 cm. Decidido a darle un uso más elevado, se propuso encontrar tinta o algo con lo que poder escribir.
La oportunidad se presentó casi inmediatamente en forma de… un clavo.
Lo escamoteó del suelo, sin que nadie se percatara, y comenzó su tarea. Cada letra era el resultado de ir punzando el papel con paciencia infinita hasta dar forma a un carácter.
Agujero a agujero, las letras se hicieron palabras, las palabras construyeron frases y 1400 pedazos de papel meticulosamente labrados acabaron convirtiéndose en el diario de sus siete meses de cautiverio.
Cada vez que sumaba un puñado de cinco hojas, las numeraba y enrollaba con cuidado con otra en blanco. Así empaquetadas, las dejaba caer por un hueco de ventilación que se prolongaba bajo el suelo de la celda.
Allí permanecieron invisibles e indetectables a los registros de los carceleros y durante los interrogatorios de la Gestapo.
Moen llamaba a aquellas notas ¨mi cofre del tesoro espiritual”. Sin posibilidad de corrección y siempre bajo la presión de no ser descubierto, fue tejiendo un diario en el que suspira por Bella, la novia que quedó atrás. Se lamenta en general de todo lo que dejó pendiente en el pasado y fantasea con su vida futura, si es que alcanza la libertad.
El diario también se convierte en su libro de oraciones y en el breviario de sus poemas. Cuenta cómo es la vida en prisión: las partidas de ajedrez, la falta de tabaco y las conversaciones con otros presos.
Pero, además, es el confesionario donde reconoce el miedo al dolor físico, el pavor ante la idea de ser torturado de nuevo. Y deja constancia por escrito de su vergüenza por no haber soportado los interrogatorios, delatando a varios camaradas para lograr que cesara el tormento.
“From the 7th day of my prison stay at Møllergata 19. Have been in 2 interrogations. Was flogged. Betrayed Vic. Am weak. Deserve contempt. Am terribly scared of pain. But not scared to die”.1
Los amigos de Peter
En 1944, el desarrollo de la guerra no pintaba nada bien para Hitler. Replegando su presencia en Noruega, los nazis decidieron trasladar a Moen y muchos otros compañeros suyos a centros de internamiento en Alemania.
Fueron embarcados en el SS Westfalen. El siete de septiembre de 1944, el buque chocó contra una mina y se fue a pique cuando navegaba en la zona del Mar del Norte que separa Dinamarca, Suecia y Noruega.
Buena parte de la tripulación se salvó, 768 personas, pero Peter Moen falleció en la explosión y naufragio, al igual que 45 de los 50 cautivos noruegos que iban a bordo.
Según hizo público uno de los prisioneros supervivientes, ya en libertad y finalizada la contienda, Moen les contó durante la travesía el modo en que había logrado escribir y esconder el diario, superando la vergüenza de reconocer ante ellos que había traicionado a varios compañeros.
El relato hizo que, unos meses después, se excavara el suelo de la celda que ocupaba Moen. Los rollos de papel estaban allí y, contra todos pronóstico, en un aceptable estado de conservación.




Para transcribirlos, se extendieron los recortes sobre cartulinas, de forma que la vista apreciara mejor las letras formadas por los agujeros del punzón. Se publicó por primera vez en 1949 y después ha sido traducido a varios idiomas.
En castellano hay una edición publicada por Veintisieteletras.
Las posibilidades de que Peter no fuera descubierto, que sus notas se acumularan sin verse dañadas, que uno de los pocos supervivientes del naufragio del Westfalen fuera depositario del secreto, que lo contara y que el diario se hallara finalmente y en buen estado son mínimas. Pero, ahí están -desafiando al destino- las memorias improbables de un cautivo noruego.
Misteriosos aterrizajes en Manhattan

En 1956, Thomas Fitzpatrick robó una avioneta y aterrizó con ella en una calle de Nueva York, justo al lado del garito donde un rato antes había estado bebiendo y apostando a que sería capaz de completar el vuelo.
La noche del 30 de septiembre, Tommy, un instalador de calefacciones de 26 años, celebraba una despedida de soltero en Washington Heights. Quizás con la añoranza de quien había sido condecorado con un Corazón Púrpura durante la guerra de Corea y, bueno, también con el impulso extra de unas copas de más, apostó con un parroquiano a que era capaz de hacer el trayecto desde su casa en Nueva Jersey y aquel bar en tan solo quince minutos.
Fitzpatrick salió del local, condujo hasta la Escuela Aeronáutica de Teterboro, allí se subió al biplaza Cessna 140 de un colega y voló a través del cielo nocturno de Nueva York hasta aterrizar en plena St. Nicholas Avenue.
Ganó la apuesta y los cargos en su contra se saldaron con tan solo una multa de cien dólares, ya que el dueño de la avioneta no presentó denuncia por el robo.
La historia salió en la prensa, claro. Pero, dos años después y en circunstancias alcohólicas parecidas, otro parroquiano que al parecer no era lector del Daily News puso en duda la hazaña.
En un “sujétame el cubata” de manual, a la una de la mañana del 4 de octubre de 1958 Tommy repitió punto por punto el vuelo, aunque en esta ocasión aterrizó en la 187 con Amsterdam e intentó escabullirse al amparo de la noche. En vista del revuelo que había montado y sus antecedentes, finalmente se entregó. El juez John A. Mullen le sentenció a seis meses de cárcel.
En su honor, el barman del New Leaf, Danny Beason, creó el cóctel “Late Night Late”, cuyos ingredientes intentan recrear la atmósfera de lo ocurrido. Si te animas, aquí está la receta del Vuelo Nocturno:
15 mililitros de Kahlúa, oscuro como la noche del vuelo.
45 mililitros de vodka, transparente como las intenciones de Tommy.
15 mililitros de Chambord, sacando los colores a los escépticos.
5 moras en representación de los coches aparcados en la calle.
1 clara de huevo pară crear una esponjosa nube.
Sirope de azúcar, el dulce sabor de la victoria.
La idea es montarlo en capas, de manera que la copa simule el cielo nocturno de Nueva York. ¡Salud!
Voxel art malayo
Si has jugado o visto un partida de Minecraft, ya puedes hacerte una idea de lo que es el “pixel art”. A base de píxeles, unidades básicas de las que se compone una imagen digitalizada, puedes representar cualquier cosa. Si buscas que el resultado tenga también volumen, la unidad mínima de información no sería un cuadrado plano, si no un cubo de un solo color en todas sus caras: un voxel.
Apilando cubitos virtuales con paciencia, arte y algún editor adecuado, pueden hacerse modelos 3D para videojuegos y otros fines, o simplemente dejar volar la imaginación.
Es el caso de una artista de Malasia, Shin Oh. Bajo la estricta regla de ceñirse al espacio que delimita un cubo virtual de 126x126x126 voxels, ha reproducido lo que tiene más a mano en la memoria: comercios de su entorno. Panaderías, peluquerías o tiendas de comestibles hermosas al modo de las casas de muñecas y con un flipante nivel de detalle.
✍🏼 Casa de citas II
“Dylan y Allen Ginsberg visitando la tumba de Jack Kerouac en Lowell, Massachusetts. Miran las palabras escritas en la lápida: «Él honró la vida». En la secuencia más larga de Renaldo y Clara, participan en un distendido concurso de meadas sobre tumbas de escritores.
Cuando Dylan le pregunta si ha estado en la de Chéjov, Ginsberg dice que no, pero que ha estado en la de Mayakovsky, en Moscú. Dylan había visitado la tumba de Victor Hugo en París, pero Ginsberg había estado en la de Apollinaire, había colocado un ejemplar de Aullido en la de Baudelaire (naturalmente), y puede decirle a Dylan lo que está escrito en la tumba de Keats en Roma: «Aquí yace alguien cuya fama está escrita en el agua». (Ginsberg se equivoca en esto; es «nombre», no «fama», pero es contrario al espíritu de los románticos y los beats ser pedantes).
Cuando Ginsberg señala la tumba de Kerouac y le pregunta a Dylan si eso es lo que le va a pasar a él, Dylan dice que quiere ser enterrado en una tumba sin nombre”.
Los últimos días de Roger Federer y otros finales - Geoff Dyer
💻 Para ver y escuchar
Después de que saliera a colación en una conversación entre amigos (guiño -guiño), he vuelto a ver La Gran Belleza, la peli de Sorrentino cuya trama se pone en marcha con la excusa del 65 cumpleaños del protagonista, el novelista y crítico cultural Jep Gambardella.
Nostalgia y naufragio dialogan alrededor del paso del tiempo, los recuerdos idealizados, los fracasos no asumidos, el tedio descreído, la ausencia de certezas y la fragilidad de la existencia, de todo aquello que -no hace tanto- se nos antojaba eterno. Como Roma.
A lo que iba. Al comienzo de La Grande Bellezza, un turista japonés sufre un síncope (o un stendhalazo, quizás) mientras fotografía la ciudad desde el mirador de la Fontana dell’Acqua Paola. De fondo, un coro canta la minimalista “I lie”, de David Lang, tema que irá subrayando otros momentos de la película.
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Para ahorrar esfuerzos, Moen obvia pronombres y preposiciones: “Séptimo de mi estancia en prisión en Møllergata 19. He pasado por 2 interrogatorios. Fui azotado. Traicioné a Vic. Soy débil. Merezco desprecio. Tengo mucho miedo al dolor. Pero no temo la muerte”.