¡Hola! Se habla en este envío de fútbol (que genera mucho más excéntrico de lo que se podría suponer), de cómo gestionamos el compartir espacio en el día a día con otras especies animales (spoiler: mal) y de diseñadores y científicos que sueñan con mundos lejanos. También de Walt Whitman, de los muchísimos músicos famosos que decidieron grabar sus discos en una granja, de podcast, de lentejas, del verano… En fin, al lío y gracias por la lectura.
El auténtico “falso nueve”
El futbolista brasileño Carlos Henrique el Káiser Raposo colgó las botas tras una carrera profesional de más de una década en la que nunca llegó a jugar un partido completo ni a meter un solo gol.
Según sus propios compañeros era un auténtico paquete, un negado para el juego. Sin embargo, a base de picardía y desparpajo, se las arregló para ir saltando de equipo en equipo con contratos de corta duración que le permitieron llevar un desahogado tren de vida.
Simpático y sociable, cultivó la amistad de grandes jugadores de los años ochenta y noventa. Entre ellos se contaban figuras del fútbol brasileño como Romario, Bebeto, Gaúcho o Rocha, que le acogieron en su círculo de confianza e, indirectamente, le facilitaron el contacto con distintos equipos.
Cuando conseguía un contrato, la mayoría de apenas unos meses, Carlos Henrique solicitaba al cuerpo técnico algo de tiempo para “ponerse en forma” y se pasaba las primeras semanas trabajando el físico. Pero sin jugar.
Bueno -debían pensar en el club-, parece que el muchacho al menos entrena duro. Y físicamente daba el pego por su planta atlética. No en balde, el apodo de Káiser le venía por su parecido con otra estrella de aquel entonces: Franz Beckenbauer.
El caso es que pasaban los días, pasaban las semanas, pasaban los meses y, al final, el entrenador agotaba su paciencia y decidía alinearle para algún encuentro. Pero, hay que ver que mala suerte, nada más salir al terreno de juego, Henrique chocaba con un contrario (a veces con un compañero), caía al suelo entre grandes muestras de dolor y pedía ser retirado del campo.
La fingida lesión, molestias en el aductor o el gemelo que ningún médico podía ni corroborar ni tampoco negar, se prolongaba hasta que finalizaba su contrato o el club se lo endosaba a otro equipo.
Así logró encadenar varias temporadas en las filas de conjuntos de Brasil (Botafogo, Flamengo, Vasco da Gama, Fluminense…), México o Estados Unidos.
En el caso del Bangu Atlético Clube utilizó una estrategia distinta cuando se vio obligado a debutar. Durante un partido que perdían por dos a cero, el dueño del equipo exigió al entrenador que pusiera a jugar de una vez a ese supuesto goleador aún inédito.
A la señal del técnico, Carlos Henrique saltó del banquillo, se quitó el chándal y, sin mediar provocación alguna, se encaró con alguien del público al azar hasta lograr ser expulsado por el árbitro. No llegó a tocar el balón.
Tras el partido, el propietario del Bangu, Castor de Andrade, le convocó a una reunión que presagiaba el inevitable fin de aquella farsa. Pero, antes de que el presidente pudiera comenzar el rapapolvo, el jugador le desarmó diciendo que fue el cariño por su empleador lo que provocó la tangana en la grada:
«Te estaban puteando, decían que sos un ladrón, vos sos un padre para mí y yo no lo iba a permitir».
Henrique salió del apuro y, además, se ganó una prórroga de seis meses en el contrato.
En su peregrinaje por distintas ligas llegó a saltar el charco y jugar en Francia, en las filas del modesto Ajaccio. En la presentación ante los aficionados, no sólo conquistó sus corazones besando una bandera corsa, también se dedicó a regalar pelotas pateando hacia el graderío todas, absolutamente todas las disponibles para un entrenamiento con balón cara al público que, como adivinarás, no se pudo celebrar. La honra quedaba a salvo.
Otros engaños eran más burdos. Para reforzar su imagen de crack del fútbol por quien suspiraban los mejores equipos del mundo, acostumbraba a simular que recibía falsas llamadas en inglés en las que supuestamente le ofrecían jugosos contratos para cambiar de aires.
Hasta que le pillaron, claro, porque alguien se dio cuenta de que su inglés era inventado y, encima, el móvil que aparentaba utilizar era en realidad un enorme teléfono de juguete.
Para engordar el curriculum, llegó a decir que en 1984 se proclamó campeón de la Copa Libertadores con la plantilla del Independiente. Pero en la foto oficial de aquel encuentro no aparece Carlos Henrique, sino Carlos Enrique, sin hache, un futbolista argentino que nada tiene que ver con el Káiser.
Como descaro jamás le ha faltado, el delantero que nunca jugó un partido completo y nunca metió un gol aún reivindica sus trapacerías en las entrevistas que concede. En ellas se presenta como un émulo de Robin Hood, un héroe para todos los jugadores humildes en un mundo de abusos:
«Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos».
Casa de citas
He oído a unos juglares que hablaban del comienzo
y del fin.
Pero yo no hablo del comienzo y del fin.
Nunca ha habido otro comienzo que éste de ahora,
ni más juventud que ésta
ni más vejez que ésta;
y nunca habrá más perfección que la que tenemos
ni más cielo
ni más infierno que éste de ahora.
Un libro: Crímenes animales
A cuerpo gentil, el ser humano no está ni por asomo en la cima de la cadena alimenticia, más bien por el medio de la tabla, al mismo nivel que las anchoas. Pero, a base de egomanía y despliegue de tecnologías asombrosas (rollo Batman) nos hemos convertido en el terror del mundo animal.
El libro de Mary Roach, recién publicado en castellano por Capitán Swing, trata los conflictos entre el ser humano y la vida salvaje desde una perspectiva científica, aunque también con mucha retranca.
En forma de una serie de reportajes, nos habla de gaviotas que atacan centros florales en el Vaticano, monos ladrones, osos que se alimentan de nuestros desperdicios, alces que cruzan la calle para ir al otro lado o especies introducidas en un hábitat para controlar a otras especies invasoras llevadas allí por… efectivamente, ya te imaginas quién.
Y no solo desequilibramos el ecosistema y la rutina de los animales. A veces arrasamos su territorio sin contemplaciones. En otros casos, los cazamos, exterminamos o estabulamos. Y, en general, ignoramos por completo sus necesidades, reglas de comportamiento, códigos de comunicación o instintos. Malentendidos culturales que, una vez detectados, explican muchos desencuentros.
La mofeta desprende un olor repugnante, el puercoespín tiene dardos. Cuando el «depredador» es un automóvil a toda velocidad, estas tácticas van de ineficaces a trágicamente inadaptadas. La tortuga se detiene en medio de su camino (y del tuyo) y esconde la cabeza en su caparazón. Un ciervo se quedará muy quieto para evitar ser visto entre los árboles. Las ardillas y los conejos zigzaguean y cambian rápidamente de dirección. Cuando tu asesino es un halcón que ha calculado la probable intersección de su camino y el tuyo, un brusco cambio de rumbo puede salvarte la vida. Cuando el asesino es el conductor de un coche, ese mismo zigzagueo puede frustrar sus esfuerzos de no atropellarte.
A pesar de ser parte del problema, hay también algunos humanos que intentan equilibrar la balanza y dar soluciones para una coexistencia pacífica y compasiva. Sin caer en el buenismo animal, en este ensayo se agrupa un ramillete de ejemplos e iniciativas para compartir nuestro hogar común de forma más justa.
Turismo espacial
El Jet Propulsion Laboratory de la NASA alberga en su web imágenes y otros materiales sobre la exploración espacial. Pero también algunas galerías más frívolas, como esta serie en la que imagina cómo serían los anuncios de una supuesta agencia de viajes turísticos por la galaxia.
Destinos y atracciones como un grand tour por el Sistema Solar, una visita cultural a Marte, un observatorio de nubes en Venus, el último lugar para abastecerse de agua camino de Júpiter o unas vacaciones en exoplanetas donde tendríamos dos sombras o podríamos comprobar que la hierba siempre es más roja al otro lado.
Un documental y un podcast
“Vacas y cerdos han visto pasar desde Black Sabbath, Hawkwind, Queen y Simple Minds hasta Oasis, The Stone Roses, The Charlatans o Coldplay”. Así se presenta este documental sobre el negocio puesto en marcha en los años sesenta por los hermanos Ward en un idílico rincón de la campiña de su Gales natal.
Un estudio de grabación que también era residencia y donde los músicos podían apartarse de los focos y de otras distracciones mundanas para crear. Por allí pasaron Robert Plant, David Bowie, Iggy Pop o, mas recientemente, Manic Street Preachers o The Maccabees.
En la actualidad, Rockfield no solo está abierto para los músicos. Ha diversificado el negocio y también puedes pasar allí las vacaciones.
En cuanto al podcast, en un ejemplo más de cómo se me va la pinza, olvidé convocar al respetable a un nuevo bolo de “Quién mató a la cocina cristiana de Occidente”, la función de radioteatro del Gabinete de Curiosidades del Doctor Plusvalías que, con gran alborozo y también un poco de insensatez, acogió el espacio cultural Lorenzana, en Tetuán, el pasado cinco de junio.
Internet aún no permite bajarse los platos de lentejas que se cocinaron y repartieron al final entre el público asistente (👨🏼🍳), pero sí que puedes descargar la versión en audio para escucharla cuando quieras.
P.D.: Esta carta tiene la inveterada costumbre (para ser exactos, desde el año pasado) de dejar que descanséis de vez en cuando, por lo que hasta septiembre no habrá más envíos. Bueno, a lo mejor alguno acaba cayendo... En cualquier caso, disfrutad sin medida del verano y hasta la vuelta. ✋
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Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?