La Excéntrica de hoy echa la vista atrás y ata algunos cabos sueltos para enlazar fotógrafas, algas marinas y retales deshilachados.
Fotos en el tintero
Esta Carta es el spin-off de otra remitida hace un par de meses, dedicada a la mujer que publicó en 1843 el primer libro de fotografías, la botánica Anne Atkins, quien catalogó cientos de imágenes de algas bajo el título British Algae: Cyanotype Impressions.
En aquel envío aparecía su amigo John Herschel, el astrónomo cazador de satélites que puso a Atkins sobre la pista del uso del cianotipo, una técnica fotográfica que él mismo había inventado.
También se contaba allí que fue víctima de las fake news, pues un periódico sensacionalista le atribuyó el descubrimiento de una delirante civilización alienígena en la Luna. Herschel, ajeno a la noticia, se encontraba por aquel entonces escudriñando los cielos de Sudáfrica.
Una historia muy loca que puedes recuperar ahora si no la leíste en su momento:
El caso es que esa carta se ilustraba con un peculiar y desenfocado retrato de Herschel firmado por J.M. Cameron.
En mi vasta ignorancia, no sabía que las iniciales del autor de la imagen responden en realidad a una autora hasta escuchar hace un par de semanas un episodio de Meraki, el podcast de Nuria Pérez, donde se cuentan la vida y milagros de esa mujer: Julia Margaret Cameron. 😅
Nacida en Calcuta, dicen que no era la más atractiva de los diez hermanos que componían la descendencia de un oficial de la Compañía Británica de las Indias Orientales y una dama francesa, pero Julia Pattle (su nombre de soltera) consiguió destacar entre todos ellos por una personalidad bastante singular.
Inteligente, curiosa, amiga de vestir saris de colores chillones, siempre activa e infatigable, Julia era el alma de las reuniones sociales organizadas en la casa familiar, para espanto de las mas estiradas señoronas victorianas que veían un mal ejemplo en aquella jovencita pizpireta e hiperactiva, un torbellino sin freno.
Años después, ya casada y con su propia y también muy numerosa prole de hijos entre biológicos y adoptados, se convirtió en la anfitriona y animadora de un grupo de intelectuales, científicos y artistas que disfrutaban de la hospitalidad de su hogar en la isla de Wight, un hervidero de gente entrando, saliendo o viviendo allí por temporadas, donde nunca faltaban la música, las lecturas poéticas o las representaciones teatrales.
(Si me acuerdo, luego te cuento algo más sobre la casa).
Otra de las pasiones de Julia era escribir sin medida cartas y postales.
Pero muchas.
Algunos meses, más de trescientas. Y no eran cortas.
Entre los destinatarios de esa catarata epistolar estaba John Herschel, a quien había conocido años atrás en Sudáfrica durante un viaje por motivos de salud. Como hiciera con Anna Atkins, Herschel le informó de sus progresos en el nuevo arte de la fotografía, además de animar a su amiga a practicarla:
“Creo que este invento te gustará, está hecho para tí que ves belleza en todo y en tus cartas pareces querer que todo permanezca”.
Así quedó la cosa pero, cuando ya contaba 48 años, uno de sus hijos le regaló una cámara y Julia se lanzó a capturar imágenes y estudiar técnicas de revelado.
Como todo en la vida, se tomó el hobby con entusiasmo. Así que empezó a perseguir a familiares, amigos y personal de servicio para que posaran para ella, resignados a permanecer inmóviles durante los largos minutos de exposición que precisaban las placas fotográficas de la época.
La tortura se prolongaba aún más si la toma o el revelado salían mal y hay que decir que a Julia le costó lo suyo dominar la técnica. Vamos, que no le salía una foto a la primera ni por casualidad.
Además, le dio por montar complicadas escenas, con decorados caseros y disfraces, en un estilo kitsch que resultaba hortera hasta para la facción más cursi y pretenciosa de sus contemporáneos prerrafaelitas.
Aquí va un ejemplo de los pacientes modelos aguantando la compostura (y la respiración) sobre un mar improvisado con sábanas:
La crítica se cebó en esos montajes cursis y en las carencias formales de la autora. Pero, sobre todo en el caso de los retratos, Cameron estaba embarcada en una búsqueda que iba mucho más allá de la perfección técnica. Su empeño -y su logro- fue capturar los matices de la personalidad de los retratados. Como ella decía, “mostrar la parte sagrada de cada ser humano”.
Los retratos de Alfred Tennyson, Charles Darwin, John Herschel, Alice Liddell (la niña que también sería fotografiada por Lewis Carroll e inspiró Alicia en el país de las maravillas) o su sobrina Julia Jackson (la madre de Virginia Woolf) son los de una verdadera artista. Indagan en lo mas íntimo, en el carácter y los rasgos distintivos de cada personalidad, para inaugurar un estilo que ahora llamaríamos retratos psicológicos.
Cameron mantuvo el amor por la cámara el resto de su vida. En el lecho de muerte, una ráfaga de viento se coló por la ventana abierta, levantó algunas fotografías que estaban sobre la mesa y las mezcló en el aire con el vuelo de los pájaros en el jardín.
Esa imagen removió el alma sensible de Julia en el momento de pronunciar sus últimas palabras: “¡Qué belleza!”.
¡Ah, lo de la casa! La propiedad de los Cameron en Freshwater se llama Dimbola Lodge, en honor a una de las plantaciones que la familia poseía en Ceilán (la actual Sri Lanka). Alberga un museo dedicado a la fotógrafa y también una exposición permanente sobre el Festival de la isla de Wight de 1970.
En aquella cita actuó Jimi Hendrix, tan solo un par de días antes de su muerte en Londres. En el acceso a la propiedad, hay una estatua de tamaño natural que recuerda al guitarrista.
Casa de citas
“Nuestra principal preocupación consiste en anticipar el futuro: acertar o no en una predicción provoca un resultado envidiable o catastrófico. En la ficción, en cambio, no importa cuántas veces yerres: las ficciones son juegos colectivos mediante los cuales ensayamos estrategias y soluciones a problemas futuros y con los que compartimos información socialmente relevante. El como si —técnicamente: la suspensión de la credibilidad— es una de nuestras más brillantes adaptaciones evolutivas”.
Cianotipos imperfectos
Una cosa más sobre la conexión entre las fotografías imperfectas de Cameron y las de algas marinas de Anne Atkins. Resulta que otra fotógrafa, Mandy Baker, acaba de publicar el libro Photographs of British Algae: Cyanotype Imperfections, donde fragmentos de ropa desechados y encontrados por Baker en las costas del Reino Unido homenajean el título, la técnica y el estilo la obra de Atkins, al tiempo que le sirven para denunciar la contaminación de los mares y las prácticas poco sostenibles de la industria de la moda.
“En 2012, encontré un trozo de tela en una poza entre rocas que me cambió la vida. Confundir este trozo de tela en movimiento con algas marinas dio inicio a la idea de recuperar ropa sintética de las costas británicas durante los siguientes diez años”.
El resultado de esa pesca fotográfica de residuos es un curioso volumen ilustrado con hebras y retales de tejidos que, a primera vista, podrían pasar por algunos de los ejemplares de algas catalogados en los cianotipos de Atkins.
Junio en el jardín
Pasión por los barros
En el Museo de América en Madrid puede visitarse la exposición “Búcaros, valor del agua y exaltación de los sentidos en los siglos XVII y XVIII”, dedicada a esos recipientes de cerámica (búcaros o barros) hechos de arcilla mezclada con especias y fragancias que aromatizaban el agua además de mantenerla fresca gracias al enfriamiento por evaporación. El mismo principio que el botijo.
Los más apreciados eran los que venían de Portugal y el actual México.
Se pusieron de moda porque, además de calmar la sed, tenían otros usos. Las damas mordisqueaban los bordes y comían el barro por su sabor (como golosina) y porque se le atribuían otras propiedades, como que blanqueaba el cutis, adelgazaba, calmaba los dolores de la menstruación e incluso evitaba embarazos no deseados. También se sospecha que tenía un punto alucinógeno y adictivo, pues no había castigo mayor para una amante de los barros que la prohibición de comerlo.
Lo que no se publicitaba tanto, quizás porque se vendían sin prospecto, eran las contraindicaciones: anemia, oclusión intestinal y hasta muerte por fallo hepático. ☠️
Pese a los riesgos, su consumo estaba extendido en la Corte, al menos entre las clases altas que se podían permitir el capricho. Así lo demuestran las referencias a los búcaros como objetos de uso común en textos de Cervantes, Quevedo o Lope de Vega:
«Niña del color quebrado, o tienes amor, o comes barro. Niña, que al salir el alba dorando los verdes prados, esmaltan el de Madrid de jazmines tus pies blancos; tú, que vives sin color, y no vives sin cuidado, o tienes amor, o comes barro».
Como ya se contó en otra parte, también es un búcaro ese jarro de cerámica de Tonalá de color rojo brillante que María Agustina Sarmiento le ofrece a la infanta Margarita Teresa de Austria en la zona central de Las Meninas de Velázquez.
No comas barro, ve por la sombra y gracias por la lectura. ✋
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