En esta entrega de la Carta hay mucha mezcla de ingredientes. Geología, cometas o viajes postmortem, además de collages a través del tiempo, cómics, animación digital y poesía china. Agitar y servir fresquito.🍸
Enterrado en la Luna
El geólogo Gene Shoemaker soñaba con llegar un día a la Luna para golpear con su martillo algunas rocas de la superficie del satélite. Y, aunque de un modo inesperado, el sueño se hizo realidad.
Su primer reto era entrar en la NASA, en el reducido grupo de aspirantes a astronauta. Lo consiguió, pero no contaba con que sus problemas de salud le eliminaran de la carrera, así que hubo de conformarse con trasladar sus conocimientos a colegas más afortunados: los integrantes de la misión que en 1969 alcanzaría el objetivo de llevar por primera vez a la Humanidad a la Luna. Ese histórico día se resignó a ser uno de los comentaristas de la retransmisión que Walter Conkrite hizo de la gesta de la Apolo XI para la CBS
Abortado el plan de participar en un viaje tripulado, Shoemaker centró sus esfuerzos en la investigación astrogeológica, alumbrando la idea de que los cráteres lunares se originaron por el impacto de repetidas visitas de meteoritos, y haciéndose un nombre entre los cazadores de asteroides.
El equipo formado junto a su mujer, Carolyn Spellmann, y el astrónomo David Levy destacó en los años 80 por los centenares de cometas y asteroides que descubrieron al alimón. Todo apunta a que fue Carolyn quien en 1993 atisbó el que, a la postre, sería el mayor de sus hallazgos. Un cometa con un comportamiento inusual, pues orbitaba alrededor de Júpiter.
Por lo que sea (🤔), no se le bautizó “cometa Spellmann” y acabó recibiendo el nombre de Levy-Shoemaker. Si ya tienes unos añitos, quizás te suene por el revuelo mediático que desató. Nunca se había asistido a la colisión de dos objetos de ese tamaño, el impacto contra el planeta gigante pudo ser fotografiado en tiempo real y los fragmentos de su desintegración brillaron en el cielo durante el verano de 1994, siendo visibles desde la Tierra incluso con telescopios no profesionales.
Después de aquello, Shoemaker siguió con sus cosas de astrogeólogo y recibió (junto a Carolyn) reconocimientos de todo tipo, hasta que en 1997 un accidente de tráfico en Australia segó su vida. Pero ese no es el final de la historia.
Poco después de aquello, la NASA lanzó la sonda Lunar Prospector, cuyo objetivo era realizar experimentos en la órbita lunar y hallar pruebas de la existencia de agua en los polos. Pero, al margen de esos planes, la agencia espacial norteamericana encargó a una empresa privada (Celestis) una tarea complementaria: crear un receptáculo apropiado, un vial cilíndrico de policarbonato, y tomar una onza de las cenizas del difunto Gene Shoemaker (algo menos de treinta gramos) para transportarlas a la Luna como homenaje póstumo.
El frasco llevaba adherida una tira de latón donde se grabó una cita del Romeo y Julieta de Shakespeare:
“Dadme a mi Romeo, y cuando muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol”.
Finalizada la misión, la Lunar Prospector se estrelló de forma controlada contra el satélite enterrando bajo el polvo -enlunando- los restos del geólogo cazador de cometas, como si fuera un martillo que golpeara las rocas de la superficie lunar.
A los de Celestis eso de llevar cenizas a la Luna les pareció una ideaca digna de dar comienzo a todo un negocio y anunciaron, en colaboración con la NASA, otros vuelos para llevar al espacio cenizas o, en el caso de los aún no difuntos, muestras de ADN.
El primer intento tuvo que esquivar un inesperado problema legal, la oposición de los indios navajo, que consideran sagrada la Luna y no veían con buenos ojos eso de “enterrar” gente allí. La queja se solventó por las autoridades con el argumento de que la Luna no es de nadie, por lo que puedes mandar allí lo que quieras. Salvo armas nucleares.
Esa misión, con participación de varias empresas privadas, y otras sucesivas han llevado al espacio ADN o restos de decenas de particulares más o menos anónimos y también de personajes como Arthur C. Clarke, o las del creador de Star Trek Gene Roddenberry y su mujer Majel, además de sumarse medio reparto de la serie televisiva de ciencia ficción, como James Doohan (Scotty), Deforest Kelley (Dr. Leonard *Bones¨ McCoy) o Nichelle Nichols (la teniente Uhura).
Celestis tiene programados nuevos vuelos, desde órbitas a la Tierra hasta viajes al “espacio profundo”. Si te interesa la opción de llegar a la Luna en forma de una pizca de ADN, tu opción es el Destiny Flight, previsto para este mismo año a un precio de 12.995 dólares, que puedes pagar -dice su web- en cómodos plazos sin intereses.
Casa de citas
“Anoto en mis cuadernos lo que observo. Lo hago por dos razones, primero porque la Escritura te inculca el hábito de la precisión y el esmero, y en segundo lugar porque intento preservar para ti, la Décima Sexta Persona, aquellos conocimientos que pueda tener”.
Collages surrealistas
Un vistazo a los extraños mundos de Beto Val, diseñador ecuatoriano que empezó casi por casualidad a hacer collages digitales reciclando imágenes en dominio público.
La afición le ha llevado a montar varias colecciones temáticas de sellos, zodíacos o santorales a base de híbridos entre plantas, animales y máquinas.
Seres que son “absurdos y excéntricos, pero que de alguna manera nos resultan familiares y cuya existencia no solo es posible, sino necesaria”.
Una serie y un poema
La serie, si no la conoces, es una antología de relatos animados de ciencia ficción de diferentes creadores, con estilos, técnicas y tonos también distintos. Quizás por ese presupuesto de partida, la cuarta temporada es tan irregular como las anteriores, pero seguro que alguno de las propuestas te engancha.
El asunto es que, aunque algún episodio sea prescindible, verlos seguidos me recordaba la experiencia de hojear uno de aquellos viejos cómics (Zona 84, Cimoc, Totem…) donde convivían sin problema como vecinos de página dibujantes tan dispares como Corben, Giménez, Hugo Pratt, Manara o Moebius.
Son originales Spider Rose o Miniencuentros en la tercera fase; un poco raro el titulado Can´t Stop (los Red Hot Chili Peppers como marionetas digitales en una actuación sin historia aparente detrás) y también se adapta un relato de Stant Litore, The Screaming of the Tyrannosaur. La trama no destaca por su valor literario. Es algo así como que unos gladiadores futuristas pelean contra dinosaurios redivivos en un circo de un satélite de Júpiter para entretener a los invitados de una boda aristocrática.🦖⚔️🩸
Sin embargo, el episodio también te transporta a aquellas revistas, a los argumentos ochenteros de héroes atormentados o guerreros brutales pero con bocadillos donde, en fuerte contraste, se acumulaban peroratas pseudofilosóficas sobre el destino o la condición humana.
También aquí la acción frenética y el deseo de venganza de la protagonista derivan de repente en empatía hacia sus contrincantes, para culminar con un monólogo interior donde examina su vida. Como ese discurso final sonaba tan chocante (y uno disfruta perdiendo el tiempo con este tipo de cosas), se volvió imperativo rastrear su origen.
Resulta ser parte de un poema de Li Bai, un clásico de la literatura china, con el que se resume el sentimiento de soledad de la gladiadora esclava y sin futuro:
Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.
A recoger los trastos, que habrá que tomar el aperitivo. Gracias por la lectura. ✋
La historia de Eugene Shoemaker es maravillosa.