Carta excéntrica #40
Tras las huellas de Van Gogh, Anselm Kiefer, Wim Wenders, Werner Herzog y Bruce Chatwin.
Caminar es el hilo conductor de esta carta que enhebra las vidas de varios artistas en busca de su identidad mientras se siguen las huellas, rinden tributo a la amistad, huyen de las ataduras o vagabundean solo por el placer del descubrimiento inesperado. Hoy vas a necesitar un rato, algo de paciencia y calzado cómodo.
Primera etapa: Donaueschingen - Ámsterdam
¿Quién es el artista vivo más relevante del planeta y por qué Anselm Kiefer? La respuesta de los museos Stedelijk y Van Gogh de Ámsterdam es una exposición conjunta que recorre el trabajo del alemán (Donaueschingen, 1945) desde sus dibujos de juventud hasta piezas realizadas expresamente para esta cita.
La retrospectiva abarca los temas fundamentales del artista: el paisaje (también interior) y la Historia, con las mudanzas que el paso del tiempo impone. Obras donde el uso del plomo y el pan de oro cobran una dimensión alquímica al mezclarse con los materiales elementales de sus cuadros y esculturas: tierra, ceniza, fuego, metal hirviente y hasta el aire, que genera sonidos al atravesar los vanos de imponentes torres de hormigón, construcciones entre el cielo y la tierra.
En la del museo Stedelijk, especializado en arte moderno y contemporáneo, se exhiben varias obras ya clásicas de Kiefer, como Innenraum, pero también una intervención que rodea la gran escalera de acceso y da título a la muestra: ¿Dónde han ido todas las flores?
El título proviene de una canción antibelicista de Pete Seeger popularizada en alemán por Marlene Dietrich como Sag mir wo die Blumen sind. Combina en cuatro enormes paneles pintura, arcilla, uniformes, rostros de antiguos filósofos griegos grabados en metal y pétalos de rosa secos, en un diorama simbólico sobre la guerra y el ciclo de la vida y la muerte.
Segunda etapa: Ámsterdam - Arlés
Apenas a cien metros de allí, en el vecino museo Van Gogh, la doble muestra se centra en otra faceta: la fascinación de Kiefer por el pintor holandés. Con apenas dieciocho años y en plena etapa de formación, Kiefer siguió los pasos de Vincent Van Gogh en sus desplazamientos por Europa. El plan consistía en visitar las distintas ubicaciones de Países Bajos, Bélgica y Francia donde vivió y trabajó Van Gogh.
Un recorrido de varias semanas de duración que Kiefer cubre andando o en autostop, con granjas y cobertizos como albergue. En este pausado viaje, documenta cada parada en su cuaderno de notas, donde reúne cientos de dibujos y da forma a un diario.
Van Gogh encontró inspiración temática en las zonas rurales y en sus habitantes durante la juventud en Países Bajos y Bélgica; a través de la relación con Gauguin y su paso por el París de los impresionistas, aprendió nuevas técnicas y se interesó por las vanguardias para, finalmente, depurar su estilo al recalar en la Provenza.
Varias décadas después, Kiefer persigue ese rastro en busca de su propia identidad artística. No comparten paleta de colores, ni se muestra interesado en los aspectos más personales de Van Gogh (la enfermedad mental y la oreja cercenada, los apuros económicos, su alma atormentada…) que tanto han contribuido a fijar la imagen popular del pintor.
La conexión entre ambos, cuenta Kiefer, reside en el anhelo común de convertirse en artistas, a pesar de que cree compartir con Van Gogh la carencia de condiciones naturales para ello.
“¿Es posible crear obras maestras sin talento, sin un don especial? Hay pintores reconocidos con talento —Henri Matisse, Pablo Picasso, Édouard Manet—, incluso muchos pintores menores. El talento no tiene por qué frenar a un artista ni obstaculizar su camino hacia lo esencial, la verdad o el conflicto […]
Entonces, ¿existe algo superior al talento? ¿Por qué Van Gogh renunció a su ambición de convertirse en pastor? Porque no tenía aptitud para ello. ¿Por qué no renunció a su ambición de convertirse en pintor? Porque se puede ser pintor incluso sin talento”.
Kiefer admira el empeño de Van Gogh para desarrollar un lenguaje personal, su esfuerzo para dar con perspectivas únicas, con composiciones y estructuras radicales y nunca antes vistas. Estudia la técnica y la pincelada del holandés, sus apuntes sobre el paisaje, los trabajadores manuales, los objetos cotidianos y otros temas, como los autorretratos o las naturalezas muertas. Y encuentra el rasgo que le distingue del resto: su peculiar mirada aporta un significado profundo a cada motivo que elige.
Porque la verdad no es la representación precisa de un objeto, reside en cómo se expresa el alma humana a través de ese objeto. El auténtico artista -concluye Kiefer- no sería el más dotado para el dibujo, más bien aquel capaz de crear algo nuevo que nos ayude a entender mejor el mundo.
Los famosos jarrones con girasoles de Van Gogh son otro punto de encuentro entre ambos. Para Kiefer, la breve floración simboliza la existencia humana. Sus semillas traen nueva vida y hacen rimar el ciclo natural del girasol con el devenir de todo el cosmos. Como dijera uno de sus autores de cabecera, el filósofo, astrónomo y alquimista del siglo XVI Robert Fludd, “cada planta en la Tierra tiene una estrella que le corresponde en el cielo”.
Tercera etapa: Saint-Remy - Barjac
La exposición conjunta coincide con el estreno del documental Anselm: Das Rauschen der Zeit. Tres años de rodaje en 3D, resolución de 6K y firmado por Wim Wenders. El cineasta alemán muestra el modo de trabajar Kiefer en las más de cuarenta hectáreas de un antiguo taller de seda, transformado en su estudio hasta hace muy poco: el Domaine de La Ribaute, en Barjac.
Esta etapa es la más breve, porque el taller de Kiefer se ubica apenas a cien kilómetros del sanatorio mental de Saint-Rémy-de-Provence, la última residencia de Van Gogh en el sur de Francia antes de su traslado, muerte y entierro en Auvers-sur-Oise. Pero, bueno, sirve para colar de rondón a Wenders y hacerle parte de este entramado de conexiones.
Un cigarrito en el jardín y seguimos.
Abril en el jardín (holandés)
Cuarta etapa: Munich - París
Viajes por Europa, caminantes que se persiguen en el tiempo, un cineasta alemán…. Es inevitable que se venga a la cabeza otro director, Werner Herzog, y su viaje a pie de 800 kilómetros entre Munich a París para ofrecer esa peregrinación como un voto, como una promesa. A cambio del esfuerzo, esperaba que el karma devolviera la salud a su admirada y gravemente enferma Lotte Eisner, madrina del cine alemán de entreguerras y de toda una generación posterior de realizadores, incluidos Fassbinder… o nuestro amigo Wim Wenders.
Wenders dedicó a la memoria de Eisner su película “Paris, Texas”. Y, mira tú por dónde, quien protagoniza esta historia de paisajes yermos, carreteras y moteles es otra alma errante que abandonó el hogar para vagabundear por el mundo.
Pero volvamos a la promesa de Herzog y su viaje entre Múnich y París:
"Tomé una chaqueta, una brújula, una bolsa de deportes y los enseres indispensables. Mis botas eran tan sólidas, tan nuevas, que merecían mi confianza. Me puse en camino hacia París por la ruta más directa, convencido de que, yendo a pie, ella sobreviviría".
Salió de casa el 23 de noviembre de 1974 y completó el recorrido en solo 22 días. Herzog estaba convencido de que cuanto menos se desviara de la imaginaria linea recta que unía su corazón con el de Eisner, más efectiva sería la ofrenda. Así que la caminata no resultó nada fácil pero -atención, spoiler- a su llegada Lotte se recuperó y vivió unos cuantos años más.
Eisner fue una de las primeras críticas cinematográficas profesionales. Con el ascenso de Hitler al poder, se ve señalada como desafecta al nuevo régimen y huye en tren a París. Durante la ocupación nazi, será enviada a un campo de refugiados en los Pirineos, pero en 1942 escapa y vuelve a París bajo un nombre falso con el que consigue un empleo en la Dirección General de Cinematografía.
Tras la liberación, trabajará en la Cinémathèque, un archivo fundamental para salvaguardar materiales de todo tipo sobre el cine de la época en Europa, y escribirá, entre otras obras, las biografías de Lang y Murneau.
Quinta etapa: Gales - Australia
Para terminar, un salto enorme, por añadir una conexión más. Como Kiefer con Van Gogh, Werner Herzog también seguirá años después los pasos de otro viajero. En el documental “Nómada” rememora la vida de su amigo el escritor galés Bruce Chatwin. Rastrea las huellas de sus andanzas en la Patagonia y en Australia, el escenario que inspira a Chatwin el libro Los trazos de la canción, una obra tan fantasiosa como absorbente y que -tachán, tachán- también va de caminantes.
A ratos novela, biografía, ensayo sobre el nomadismo y diario de viaje, Chatwin nos convence, con más entusiasmo que rigor antropológico, de que para los aborígenes la isla-continente es el resultado de una partitura musical nacida de canciones secretas que pasan de generación en generación. Además de rememorar sucesos de otros tiempos y catalogar lugares sagrados, las canciones permiten a los nativos orientarse, como si fueran mapas sonoros de un territorio que, a la vez, existe y se explica por ellas.
El antiguo y poético mito indígena de la creación atrapó la imaginación de Chatwin, siempre aquejado del mal del desasosiego e incapaz de permanecer por mucho tiempo en un mismo lugar. Era inevitable que escribiera sobre esas almas gemelas a la suya, gentes que crean y habitan mundos en movimiento
En el documental sobre la vida de Chatwin, Herzog porta y usa como leitmotiv la vieja mochila que el escritor llevaba en sus aventuras: un saco de piel de becerro marrón oscuro hecho a medida por un guarnicionero de Cirencester, con cada bolsillo cuidadosamente diseñado para albergar un artículo en particular.
Es la mochila de un señorito, uno de los lujos que se permitía este galés educado y de buena familia que vendía antigüedades para financiar sus paseos y que (afortunadamente) no dudaba en fantasear o pulir la verdad para convertir cada historia, cada destino, en una aventura fabulosa.
“Era un compendio de contradicciones: inmensamente testarudo y sin embargo vulnerable, afectuoso y distante, austero y sensual, no muy bien adaptado a las presiones de la vida cotidiana pero muy eficiente en las condiciones más extremas. Era también la única persona con la que podía mantener una conversación sobre lo que podríamos llamar el aspecto sacramental de la caminata. Ambos compartíamos la idea de que caminar no solo es terapéutico en sí, sino que es una actividad poética que puede curar al mundo de sus males”.
Casa de citas
¨El verdadero caminante es alguien a quien el empeño le resulta en sí mismo placentero; que no es tan petulante como para sentirse por encima de cierta complacencia en la capacidad física necesaria, pero que subordina el esfuerzo muscular de las piernas a las «elucubraciones» que este le suscita; a las tranquilas reflexiones e imaginaciones que surgen de forma espontánea al caminar, y que producen la armonía intelectual que es el acompañamiento natural del ruido monótono de sus pasos”.
Pues ya puedes guardar las botas y tirarte a descansar en el sofá. Hasta la próxima! ✋
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