Carta excéntrica #30
Bunkers como setas, monumentos futuristas, conflictos eternos y un viaje sonoro por los Balcanes.
Amenazaba la Carta con una edición monográfica y aquí esta. Hablar de excentricidades y Balcanes Occidentales es una redundancia: talleres de reparación de electrodomésticos y barberías hipster, atascos de cientos de Audis o Mercedes y autopistas con puestos de melones, búnkers abandonados y rascacielos de colores, kebabs y discotecas, pandillas de jóvenes sin recuerdo de las guerras de los noventa y amables ancianos de quienes no sabes si, treinta años atrás, fueron víctimas o verdugos. Al lío.
Bunkers como setas (Fallout Tirana edition)
Dice la llamada “Ley del Martillo” que cuando la única herramienta que tienes es un martillo, todos los problemas comienzan a parecer clavos. Ahora lo explico, pero quizás Enver Hoxha amaba los martillos y por eso dedicó buena parte de su vida como líder supremo de Albania a construir decenas de miles de búnkeres repartidos por todo el país. Como setas.
Hoxha, con ínfulas intelectuales y ex brigadista internacional en la guerra civil española, se labró un nombre en la resistencia albana contra las sucesivas ocupaciones de los fascistas italianos y los nazis alemanes.
Los ataques y repliegues de sus partisanos, amparados por una geografía montañosa, fueron tan exitosos como los de las guerrillas de sus aliados yugoslavos. Y esas victorias le catapultaron al poder.
Orientó el país hacia la amistad con Yugoslavia, pero la heterodoxia socialista de Tito y las sospechas de que el mariscal soñaba con integrar Albania en la federación yugoslava deterioraron la alianza.
Hoxha miró entonces a Moscú, pero la muerte de Stalin le dejó huérfano de referentes y rompió amarras con la URSS para buscar el apoyo de la China de Mao. La entente tampoco resultó y Hoxha decidió ir por libre y aislar Albania de todo contacto exterior.
Esas amistades rotas y un par de atentados contra su vida le convencieron de que americanos, italianos, griegos, rusos, chinos y yugoslavos tenían entre sus planes la invasión de Albania. Y Hoxha se fue a buscar su caja de herramientas.
Si el problema de la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial (un clavo) se solventó gracias a las guerrillas partisanas (el martillo como solución), la supuesta nueva amenaza exterior era a sus ojos otro problema (otro clavo) susceptible de ser remachado con el mismo martillo, el de las milicias populares.
Así que ordenó entrenamiento militar para todos los albaneses, reparto de armas (sin munición) y la creación de un sistema de defensa nacional basado en la vigilancia y movilización de toda la población, transformada en un enorme ejército de infantería.
Un ingeniero, Josef Zagali, presentó un modelo de búnker capaz de resistir bombardeos o el ataque directo de un tanque. La leyenda afirma que Hoxha hizo construir un prototipo, metió al ingeniero dentro y testó su calidad a base de zambombazos. Como el inventor sobrevivió a la prueba, se encargaron miles de búnkeres. Pero muchos miles.
Aunque hay quien apunta cifras todavía más desorbitadas, estamos hablando de al menos 175.000 búnkeres, de los que unos 75.000 aún pueden verse desperdigados por toda Albania.
Se concibieron cómo líneas defensivas concéntricas capaces de comunicarse por radio o a simple vista; también como puntos de control y vigilancia en las fronteras o emplazamientos estratégicos y, en último caso, como refugios para la población en caso de bombardeos convencionales e incluso ante un ataque químico o nuclear.
El más grande de todos ellos (destinado al propio Hoxha, su familia, el gobierno y el Estado Mayor del ejército) puede visitarse, reconvertido en museo, al pie de una colina a unos cinco kilómetros de Tirana.
Hecho con miles y miles de toneladas de hormigón, consta de un túnel de acceso, puertas blindadas de acero, dos kilómetros de interminables pasillos y un centenar de estancias distribuidas en cinco plantas bajo el nivel del suelo.
Dentro hay despachos, centros de mando y comunicaciones, salas de descontaminación, habitaciones para los residentes y aulas para sus hijos, así como cocinas, baños y hasta un salón de actos.
Hoxha lo visitó un par de veces para dar el visto bueno a ese último bastión en caso de guerra contra los imperialistas, los revisionistas, los contrarrevolucionarios o, quien sabe, ante un hipotético holocausto nuclear.
Hoy, bajo el nombre de Bunk-Art, alberga muchos objetos de aquella época e intervenciones artísticas. Hay otro, más modesto, en el centro de Tirana y los demás búnkeres se han reciclado en bares y quioscos de bebidas, graneros, refugios para animales o, simplemente, han sido abandonados a su suerte.
Casa de citas
“Mientras, el puente continuaba igual que siempre, con la eterna juventud de las grandes obras humanas concebidas a la perfección, que ignoran lo que es envejecer y cambiar y que, al menos lo parece, no comparten el destino de las cosas efímeras de este mundo.”
Spomenik: arqueología del porvenir
Unión y hermandad. Ese lema del mariscal Tito fue la referencia para erigir centenares de spomenici (monumentos en serbocroata) destinados a adornar ciudades y parajes naturales a lo largo de todas las repúblicas de la antigua Yugoslavia desde la década de los sesenta y hasta su disolución.
La idea era que rindieran homenaje a la lucha antifascista y la gloria de los partisanos, que simbolizaran la paz y la cooperación entre los pueblos de la Federación y que apelaran a un feliz futuro en común.
Las propuestas nacían de comités locales y eran decididas en concurso público. Contra todo pronóstico, pronto empezaron a seleccionarse diseños de jóvenes escultores y arquitectos nada convencionales.
Muchos proyectos se alejaban de la ortodoxia realista y viraban hacia el minimalismo, la abstracción y otras corrientes artísticas del momento, hasta cristalizar en una especie de “brutalismo pop”. Un mix de hormigón y ciencia ficción.
El resultado: miles de monumentos, esculturas y bustos que, tras la desintegración de Yugoslavia y las guerras entre sus antiguas repúblicas, han corrido distinta suerte.
Muchos han desaparecido, destruidos o expurgados. Los hay que permanecen inmutables a la vorágine y los cambios de las últimas décadas. Otros se han resignificado para hacer hincapié en el recuerdo de gestas locales o héroes nacionales y el resto sobrevive a duras penas, olvidados o en estado ruinoso.
Noviembre en el jardín
Una lectura
Un niño ve partir a su padre hacia la guerra para nunca volver. Muchos años después descubre que sigue vivo y recorre Croacia, Eslovenia, Bosnia y Serbia en busca de pistas sobre su paradero.
Aquel hombre no murió, pero cambió su nombre para vivir como un fugitivo, huyendo de la Corte Penal Internacional que le reclama por terribles crímenes de guerra en el conflicto entre bosnios, serbios y croatas.
El protagonista, miembro de una familia multiétnica, se enfrentará así al pasado de los suyos y también a la historia de una sociedad plural que maceraba odios seculares y rumiaba venganzas en silencio, una Yugoslavia que estalló en pedazos en la infancia del autor.
Paseo sonoro
Para acompañar los textos de esta Carta, un montaje de sonidos varios :).
(Si lo ves en el correo, al pinchar el play irás a la versión web, donde podrás reproducirlo).
Bautizo ortodoxo en Podgorica, Montenegro.
Chatarrero ambulante en Tirana, Albania.
Muecines y ambiente nocturno en Shkodër, Albania.
Batucada en una manifestación en Tirana, Albania.
Músicos callejeros en Tirana, Albania
Partido de fútbol en Skopje, Macedonia
Ambiente en el lago Ohrid, Macedonia.
Niños percusionistas en Prizren, Kosovo.
Bunk-Art Tirana: acceso, sala de descontaminación, emisión de televisión, alerta química, marcha militar.
Y recuerda: aprovecha el finde para leer. ¡Hasta la próxima! ✋
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