Café sin cafeína, islas imaginarias, viaje al pasado de la tele y seis grados de conexión
Carta excéntrica #21
Hoy el desayuno corre de mi cuenta. En la calle más emblemática de Bremen, la Böttcherstraße. Un pasaje de apenas cien metros donde casi todo gira en torno a un personaje peculiar: Ludwig Roselius.
En una mesa a la sombra de la Haus des Glockenspiels, mientras suenan las campanas de porcelana y vemos girar los paneles de un raro mecanismo incrustado en un rincón de la fachada, te cuento una historia de nazis, arte degenerado y tacitas de café.
Un descafeinado en la Böttcherstraße
Ludwig, nacido en Bremen en 1874, era un hombre de negocios y un importante mecenas y coleccionista de arte. Atraído por las propuestas de Die Brucke, se inspiró en los postulados estéticos de aquel movimiento artístico de vanguardia para idear y hacer realidad la Böttcherstraße.
Construyó la mayor parte de los edificios de la calle, ejemplo de la arquitectura expresionista, y en ellos expuso los tesoros artísticos que coleccionaba. Ubicó allí, precisamente en la actual Casa del Carillón, la sede de sus empresas.
Peeeeero nadie es perfecto y Roselius también nos salió un poquito nazi. Trabó amistad con Hitler en los años veinte y, aunque al principio había muy buen rollito entre ambos, acabarían discutiendo por cosas de nazis. En concreto, por sus diferencias de criterio sobre quiénes eran los arios más puramente arios de todos los arios.
Como sabes, Hitler no gestionaba del todo bien que le llevaran la contraria y le castigó sin poder sacarse el carnet del partido, con la ilusión que le hacía a Ludwig. Se llevó un buen disgusto por el veto a su entrada en el NSDAP de Adolf, pero al menos pudo seguir con sus muy rentables negocios sin interferencias políticas. De momento.
Como en el famoso poema, siempre atribuido a Bertold Brecht aunque en realidad sea de Niemöller, a Roselius le importó un pimiento la persecución a socialistas, sindicalistas o judíos durante los primeros balbuceos del Tercer Reich, porque el no era ni socialista, ni sindicalista, ni judío.
Sin embargo, cuando a finales de los años treinta fueron a por él y tildaron su colección de obras de vanguardia, y a la Böttcherstraße en general, de “arte degenerado”, Ludwig se hizo un poco menos nazi.
¿Otro cafelito?
Ahora es cuando me dices que no, que si tomas más de un café al día luego no duermes. Y así, sin darte cuenta, me has dado pie para contar lo realmente curioso de Roselius 😜.
Bremen es una ciudad empapada en leyendas. Bueno, y empapada por el agua. Por algo dicen los lugareños que saben cuándo es verano porque llueve como siempre… solo que un poco más caliente.
Una de esas leyendas afirma que el padre de nuestro Ludwig falleció con apenas 59 años debido, según el médico de la familia, a un consumo excesivo de café.
El huérfano también le daba de lo lindo al brebaje y, encima, se ganaba la vida importándolo pero, en lugar de pasarse al té, se conjuró para encontrar un modo de hacer su vicio menos dañino.
La respuesta llegó al puerto de Bremen en forma de cargamento defectuoso. Varios clientes comenzaron a quejarse de que los últimos paquetes de café que habían comprado no sabían igual que siempre y tampoco les daban la misma vidilla por la mañana.
Imaginamos que entre bostezos, pidieron explicaciones y, a lo mejor, hasta que les devolvieran el dinero. Así que Ludwig se vio en la necesidad de investigar el “misterio del café chungo”.
Recordó que esa partida en concreto había llegado húmeda (algo que al muy pillín, dicho sea de paso, no le impidió ponerla a la venta) y dando vueltas al asunto concluyó que el contacto de los granos con el agua del mar había reducido de manera notable la cantidad de cafeína, la sustancia responsable de llevar a su padre a la tumba.
Dispuesto a sacar beneficio de aquel descubrimiento, empezó a probar métodos menos cutres que remojar los sacos de café en agua salada hasta dar con un proceso químico alternativo y con el mismo efecto. Después de varios intentos, lo consiguió a base de un revolucionario tratamiento con benceno.
¡Eureka!
(Años después se descubrió que el benceno era cancerígeno, pero ya avisamos antes de que nadie es perfecto).
Roselius logró así producir y vender el primer café descafeinado, con excelente acogida de crítica y público, baja la marca Kaffee HAG, que sigue en el mercado aunque su propiedad haya ido pasando de mano en mano con el tiempo.
Al éxito contribuyó sin duda la sensibilidad artística del inventor, quien puso mucho mimo en la imagen del producto, innovando en la estética y en los formatos publicitarios.
Kaffee HAG se promocionaba en diarios, revistas, vallas e incluso llegó a colar dibujos de sus paquetes de café como un motivo más de las vidrieras de la “Casa de Robinson Crusoe”. Si, también en la Böttcherstraße.
Café para todos, era la consigna. Lo mismo se anunciaba entre la comunidad judía (destacando que cumplía con los requisitos de los alimentos khoser) que era aplaudido por los nazis, por considerarlo en línea con su ideal de una raza pura y libre de malos hábitos.
Además, la marca Kaffee HAG logró ser asociada por los consumidores a la emergente moda de practicar deporte y, en general, a las tendencias de vida saludable que surgieron en la década de los años treinta del pasado siglo.
Una vez cambiado el método para eliminar la cafeína por otros procesos mucho más inocuos que el benceno, su consumo se extendió rápidamente por todo el mundo, dejándote sin excusa para no repetir. Así que, ¿hace otro café?
Casa de citas
“El Pacífico estaba literalmente sembrado de más de cien islas imaginarias que flotaron alegremente durante décadas en todos los atlas hasta que, en 1875, sir Frederick Evans, un amargado capitán naval británico, empezó a tacharlas.
En total, suprimió 123 islas en las Cartas de Navegación del Almirantazgo Británico que consideraba resultado de: a) coordenadas erróneas, b) demasiado ron y náuseas, c) comandantes megalomaníacos con ansia de pasar a la posteridad.
Evans se dejó llevar por su entusiasmo y también suprimió tres islas auténticas, pero aquel fue un precio pequeño a cambio de haber limpiado un océano”.
Teleretro
A la sección “Cosas que te harán perder el tiempo”, se asoma My Retro Tvs, que alberga cientos -quizás miles- de archivos de fragmentos clásicos de la televisión.
Organizado por décadas, en cada una de ellas tendrás la posibilidad de sentarte delante de un televisor acorde con los tiempos e ir cambiando de canal para ver series, anuncios, vídeos musicales, noticias, dibujos animados…
Puedes filtrar lo que más te interese o soltar el mando y dejar que sea la suerte la que te vaya despertando recuerdos.
Un podcast
La teoría de los seis grados de separación dice que cada uno de nosotros estamos conectados en menos de cinco pasos con cualquier otra persona del mundo a través de una cadena de conocidos.
Inspirada en esa hipótesis, la serie de podcasts “Seis grados de conexión” busca las relaciones que enlazan a Marie Curie con Rosalía, Einstein con Evita, Mary Shelley con Alan Turing, Lord Kelvin con Sylvia Plath, Newton con Lorca y Darwin con Maradona.
Un formato corto (media horita) con conexiones a veces un tanto rebuscadas. Pero donde se enlazan anécdotas y curiosidades alrededor de personajes famosos muy ajenos entre sí a primera vista. A los mandos están los divulgadores Eduardo Sáenz de Cabezón y José Edelstein.
Una canción
Sin ninguna razón en particular. Solo porque esta vieja canción es redonda. Y para ser perfecta no precisa más que un mágico riff en bucle. La misma rueda de acordes repetida en estrofas y estribillo, con un puente que es apenas un tablón cruzando un pequeño arroyo sobre el que la voz de Joan Osborne se pregunta:
“¿Y si Dios fuera uno de nosotros?
Solo un pringao, como cualquiera de nosotros,
Solo un desconocido en el autobús
Haciendo el camino de vuelta a casa”.
Te dejo, que he quedado para practicarla con un amigo.✋
*Puedes contestar a la carta en los comentarios o enviarme directamente un correo. Y si la bondad te inunda, compartirla con tu gente. Gracias por la lectura.
En Viena, Kaffee HAG es sinónimo de 'café descafeinado'