Flores que no son flores, un tesoro de película y clones digitales a escala real
Carta excéntrica #14
¿Otra vez? ¿Ya han pasado quince días? Pues no, pero la Carta Excéntrica hace honor a su nombre y además tiene sus propios y peculiares ritmos y cambios de humor, así que se remite cuando a ella le da la gana.
La imagen, la memoria y lo real
Un pintor, reclutado por Napoleón para cartografiar y catalogar las maravillas arqueológicas de Egipto, dibuja un templo. A miles de kilómetros, en París, el estudioso que recibe el boceto intenta descifrar los jeroglíficos que reproduce el dibujo de la fachada.
Pero el artista no ha podido evitar que su mirada transforme la realidad y, además de añadir columnas falsas al edificio para una mejor simetría, ha modificado, quizás de forma inconsciente, los trazos originales de los jeroglíficos, haciéndolos ilegibles.
Años después, una botánico que recorre las Américas describe a un artista un raro ejemplar de flor jamás vista por los occidentales. El dibujante crea una lámina a todo color donde se aprecian las partes de la planta: sus hojas, flores, frutos y semillas. Pero, obligado a mostrar todos esos detalles necesarios para clasificarla, la suya no es igual a la que el botánico ha recogido y prensado.
“Tenemos un problema”, empiezan a pensar los herederos de los enciclopedistas que con la arqueología o la botánica modernas desean reproducir los más fielmente posible el mundo que les rodea para poder conocerlo a fondo y compartirlo.
En Pamplona, el Museo de la Universidad de Navarra, despliega a través de una exposición la tesis de que esa curiosidad científica desatada durante la Ilustración hizo imprescindible el desarrollo de nuevas herramientas, nuevas tecnologías para capturar la realidad de las cosas.
La ideología de la época reclamaba, sin saberlo, la invención de la fotografía.
Las imágenes que tomaban primeras cámaras fotográficas, esos milagros de luz revelada, parecían una solución al problema, un modo infalible de capturar lo real. La foto como prueba de veracidad. Pero las fotos no son la realidad, solo una manera entre otras muchas posibles de representar un instante subjetivo.
En estos tiempos de photoshop, fake vídeos e imágenes sintéticas, la fotografía (incluso en movimiento) ya no goza de la presunción de ser un reflejo fiel de lo que nos rodea. En dos siglos hemos hecho un largo viaje desde la alquimia de las placas fotosensibles al algoritmo informático, pero seguimos sin tener claro lo que entendemos por materia, verdad o memoria.
Y en esas estábamos cuando aparece Joan Fontcuberta para, como siempre, jugar con nuestra mirada, poner un punto de ironía al empeño por clasificar el mundo e invitarnos a ejercitar el espíritu crítico y la sana costumbre de la sospecha. Requerido por el Museo a dialogar con las viejas fotografías y grabados que allí se exhiben, Fontcuberta recupera y cuelga de sus paredes un obra titulada “Herbarium”.
En ella crea, con objetos cotidianos y materiales reciclados, plantas y flores al estilo de los álbumes de las grandes expediciones botánicas del XVIII. Hasta que no te fijas con mucha atención, las fotografías de esas plantas, con inventadas taxonomías en latín, dan el pego y parecen imágenes de especímenes reales.
Pero, para esta ocasión amplía el foco, riza el rizo y le pide a programas de inteligencia artificial que reinterpreten esas fotos en blanco y negro y las conviertan en imágenes realistas de flores. Y con ello aumenta nuestra confusión, pues ya no vemos el truco, ya no apreciamos que se han fabricado recuperando desperdicios.
El juego prosigue en otra salas de su instalación “Florilegium”. Fontcuberta recupera algunos textos de misioneros y exploradores del pasado donde describen distintas plantas y los usa como prompts para alimentar programas de imagen sintética, parodiando cómo los científicos instruían a los dibujantes para que plasmaran esos descubrimientos en grabados didácticos.
Y por último nos muestra, también gracias a la inteligencia artificial, una colección de imágenes de orquídeas virtuales ubicadas en distintos ambientes supuestamente reales, como un vivero. No contento con esa maniobra de despiste, cuela entre las ficciones digitales cuatro fotos de orquídeas naturales y nos desafía a separar unas de otras.
Yo no acerté ni una.
Casa de citas
“Con una amiga mía hemos llegado a tal punto de simplicidad o de libertad que a veces la llamo y ella me contesta: no tengo ganas de hablar. Entonces digo hasta luego y me voy a hacer otra cosa.”
Una peli.
Después de sufrir decepciones con algunas “películas del año”, viene Kaurismäki y lo arregla. Fallen Leaves es una comedia romántica, es un drama, es cine social y es muchas otras cosas pese/gracias al empeño del director por estilizar la trama, los escenarios y hasta los diálogos, reducidos a una sucesión de conversaciones banales en una atmósfera de silencios, ruido de maquinaria pesada, cine y karaoke.
Con esos mimbres, aderezados con mucho alcohol, pellizcos de ternura, conciencia de clase y frío finlandés, levanta un universo que recuerda a Chaplin y reconforta el alma.
Un podcast
Ya que hablamos hoy de intentos de replicar la realidad, un podcast en seis breves episodios que firma Jorge Carrión y que propone, entre la ficción y el ensayo, un misterio en torno a los digital twins, los clones virtuales, la muy literaria figura del doppelgänger y la reproducción artificial de lo que llamamos o creemos verdadero.
Un inesperado viaje a China servirá al protagonistas para descubrir que el futuro de la medicina o la agricultura ya está aquí y se está experimentando en una ciudad secreta donde nada es lo que parece. La historia recurre en algún momento a Borges y alude a su breve cuento sobre un país obsesionado por duplicar la realidad hasta el punto de que loss cartógrafos “levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.
Te dejo, que Leonard ya tiene la comida preparada. ¡Que tengas buena semana! ✋.
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