La moda de los wombats, Passolini y los cuadernos de Félix Rodriguez de la Fuente
Carta excéntrica #11
¿Domingo de descanso? Ojalá sea así. En lugar de dejarlo para el final, que vaya al principio el recordatorio de que, además de los contenidos de esta carta, en el archivo de notas hay más cositas. Vamos a ello, con el tema de la quincena en audio y texto.
Pasión por el wombat
Hace ahora exactamente doscientos años nació en Inglaterra un innovador club que pretendía promover la sana costumbre del debate público. Algunos años después de su fundación, en 1857, el Oxford Union sumó a sus instalaciones una biblioteca y se pensó que sería buena idea convocar a algunos artistas destacados del momento para que pintaran los murales de la planta superior, enmarcando los ventanales que daban luz a la estancia, una de las bibliotecas más hermosas de Europa.
Lo que no sospechaba el club es que el cabecilla del grupo de artistas elegido para decorar las paredes, el pintor y poeta Dante Gabriel Rossetti, fuera a revolucionar el, en principio, plácido proyecto de la institución. Aún sospechaban menos que entre los motivos que iban a decorar los murales acabaría figurando la imagen de un exótico animal australiano.
Rossetti, amante y estudioso del arte medieval flamenco e italiano, admirador de su homónimo Dante Alighieri y fascinado por los mitos artúricos, convocó para dar cuenta del encargo a un pandilla de entusiastas creadores, entre los que estaba William Morris, polímata y adalid del movimiento Arts and Crafts.
También algunos colegas y discípulos suyos, como Edward Burne-Jones y el escultor Alexander Munro. Todos ellos fueron fundadores, integrantes o simpatizantes de un grupo artístico que el mundo conocería como la Hermandad Prerrafaeilta.
Casi podríamos hablar de ellos como proto vanguardistas, pues se opusieron a las corrientes academicistas de su época y apostaron por romper con los tema y formas del clasicismo, buscando inspiración en la naturaleza, la vida cotidiana y una idealizada y romántica Edad Media.
Bueno, los protagonistas ya están presentados. Manos a la obra, y con bastante bulla y jolgorio en general, se lanzaron sin red a ilustrar los muros de la biblioteca con las escenas más representativas de una de las obsesiones de Rossetti: la historia del Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda.
Eso sí, las obras comenzaron a deteriorarse tan rápidamente como se iniciaron porque los artistas decidieron ignorar técnicas básicas del muralismo, como la necesidad de tratar adecuadamente las paredes para fijar los pigmentos.
El caso es que, con el estilo etéreo, lánguido, fantástico y lleno de símbolos que caracteriza al grupo, en esas paredes fueron apareciendo Lancelot, Tristán e Isolda y demás personajes del ciclo legendario, incluido el rey Arturo, que se nos muestra en uno de los paneles tomando posesión de Excalibur y, con ello, haciéndose merecedor de la corona.
Es precisamente en esa escena, en su esquina inferior derecha, donde aparece un elemento extraño, como un bulto. Una mancha de color que, examinada con atención, se revela como un gran ejemplar de wombat.
El wombat, por si no lo ubicas, es un bicho de un metro de largo, de entre 25 y 50 kilos, con una bolsa marsupial para sus crías como la de los canguros y con la apariencia de un pequeño oso, paticorto y rechoncho. Una bola de pelo similar a un koala que nunca hubiera aprendido a trepar a los árboles.
Como buen representante de la fauna austral, el wombat es -digámoslo claramente- bastante extraño a nuestros ojos y a los de los urbanitas de la era victoriana. Entre otras rarezas, sus excrementos son cúbicos, cacas en forma de pequeños dados. Una adaptación que, al parecer, les sirve para evitar que no rueden cuando los amontonan en forma de pirámide.
Sí, construyen montoncitos con sus propios excrementos haciendo así que destaquen en el entorno y permitiendo que sus orgullosos arquitectos puedan ser localizados fácilmente por otros congéneres o posibles parejas.
Algunos ejemplares fueron llevados desde Australia a la metrópolis. Como entre las obsesiones de Rossetti estaban los animales exóticos, se encaprichó de los wombats que, como ejemplo de la rara fauna de las colonias, eran una de las atracciones del zoo de Londres. Gabriel convocaba a sus amigos en el zoológico para estar cerca de estas criaturas y, entre bromas y veras, el amor por aquellos seres amables, inocentes y sociables hizo que los wombats acabaran formando parte de los motivos de decoración para las paredes de la biblioteca del Oxford Union.
No fue la única especie querida por Rossetti. Su casa en Chelsea se convirtió en un santuario animal. El edificio principal ya era bastante peculiar en sí mismo, pues el artista agasajaba en su hogar a numerosos familiares y amigos. Para que os hagáis idea del ambiente, uno de los huéspedes habituales era el poeta Algernon Charles Swinburne, que se hizo un hueco en el mundillo literario gracias al escándalo de las escenas sadomasoquistas reflejadas en sus poemas y a quien no era raro ver desnudo deslizándose por la barandilla de la escalera.
Pero si abandonamos la casa, nos aguarda un jardín de tilos y moreras por el que campan a su bola pájaros exóticos, lechuzas, pavos reales, armadillos, conejos, mapaches, galgos, salamandras japonesas, burros, canguros y hasta un toro de raza brahmán que no duró mucho allí porque le dio por perseguir al poeta como si estuvieran en los sanfermines.
También intento hacerse con un elefante, pero el precio era prohibitivo y tuvo que conformarse con importar un ejemplar de wombat, que le costó ocho libras y llegó a la casa en 1869. El flechazo fue instantáneo y se convirtió en el favorito de Rossetti.
Le puso por nombre “Top”, parece que aludiendo al apodo de William Morris, “Topsy”. En el Museo Británico se conserva un dibujo de amo y mascota, hecho por Jane, la esposa de Morris y objeto de la pasión amorosa de Rossetti, plasmando el cariño que el artista sentía por el animal.
“¡Oh, cómo los afectos familiares combaten dentro del corazón, y cada hora arroja una bomba a mi alma ardiente; Ni del búho ni del murciélago se puede obtener la paz hasta que haya abrazado mi wombat”.
Oda al wombat. Dante Gabriel Rossetti.
Permitía a Top todos sus caprichos, le dejaba pasearse sin límites por la casa y echar una siesta allí donde deseara, aunque tanta ligereza de costumbres también se extendía a la alimentación. Básicamente, le dejaban compartir mesa y mantel como si fuera uno más, así que nuestro pobre wombat terminaba zampando cualquier porquería poco recomendable que encontrara a mano, incluyendo (según cuentan distintas fuentes) sombreros de paja y cajas de puros. Quizás por eso su vida en cautividad fue muy corta. Murió el seis de noviembre de ese mismo año.
Un autorretrato de Rossetti acompañado de algunos versos plasma su dolor ante la pérdida del compañero de cuatro patas. Adoptado casi como emblema por los prerrafaelitas, fue reproducido por los integrantes de la hermandad en muchas otras obras suyas durante años. Uno de los pintores del grupo, Val Princep, llegó a decir de estos animales pacientes, plácidos y cariñosos que eran “las más hermosas criaturas de dios”.
La fascinación por ellos, casi una moda, decayó en Reino Unido con el tiempo pero, si has visto la última entrega de las aventuras de Indiana Jones, también en ella hay un pequeño homenaje al adorable marsupial australiano. Porque Wombat es el apodo cariñoso de Helena Shaw, hija de un arqueólogo -precisamente de la Universidad de Oxford– y ahijada y compañera de fatigas de Indy en el Dial del Destino.
Casa de citas XI
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme… en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío…
y se ha truncado… Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia.P.P Pasolini – Abro a la mañana de un blanco lunes
Amigo Félix
Félix Rodríguez de la Fuente transcendió los límites de la figura del naturalista o el divulgador. Con su carisma, el lirismo de una prosa que mezclaba la jerga científica con el habla del terruño y esa prosodia tan característica que le hacía reconocible a la primera frase, la persona se fue transformando en personaje y, finalmente, en mito.
Porque fue una conmoción nacional la noticia de su muerte, del accidente de helicóptero en la remota soledad de los bosques de Alaska, un final digno de un aventurero de novela de Jack London. En mi colegio, como probablemente en muchos otros, se hicieron dibujos en cartulinas para llevarlas -.a modo de homenaje y condolencias.- a su casa familiar, que nos quedaba casi a tiro de piedra.
Todo lo que tocaba se convertía en éxito y, en el cenit de su carrera, la editorial Marín lanzó en 1978 y a cien pesetas por número sus «Cuadernos de campo». Al frente del producto estaba otro gigante del conservacionismo, Joaquín Araújo, encargado de coordinar los monográficos dedicados a distintas especies. Por supuesto, «queridos amigos de la fauna ibérica», no podía falta el animal totémico de Félix: el lobo.
Banda sonora: Menodito
Esta es una canción asturiana de baile recuperada por el etnomusicólogo americano Alan Lomax, quien se la escuchó a una vecina de Modreiros, Honorina Riesgo, en 1952. Leticia Baselgas y Rubén Bada (L-R) han sacado esta versión con la colaboración de los Hermanos Cubero.
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